Lo primero que se ve al llegar a la frontera, junto a las largas colas de refugiados cargando sus maletas a la espalda, es a Patric. Dando indicaciones a los voluntarios, coordinando actividades con las autoridades, comiendo un sándwich en el único bar que hay en la frontera. Hasta recibiendo a Angelina Jolie y explicándole la situación ante las cámaras de televisión.
“¿Qué novedades hay, Patric?”, esa es la pregunta que más escucha. Y la responde una vez más: “Hoy está muy tranquilo, después del susto de anoche. Me llamaron para avisarme que estaba llegando un contingente de diez mil refugiados a las tres de la mañana. Me vine urgente para la frontera, pero era sólo un error de cálculo. Estaban llegando quinientas personas, pero desde el avión calcularon al bulto y se equivocaron”.
Desde el aire los errores de cálculo parecen frecuentes. Estaba desde las tres de la mañana en la frontera. Son las cuatro de la tarde. La masa de refugiados más fuerte suele llegar sobre las cinco, hasta las ocho o diez de la noche. No son raros los días en que duerme en el auto, porque no le vale la pena volver al hotel por tan pocas horas.
“¿Hoy pasa algo?”, Patric ya está acostumbrado a las preguntas con poco protocolo. “¿Pasar? Aquí nunca pasa nada”, dice sonriendo. Pocas palabras bastan. A mitad de la tarde una comitiva de tres autos de lujo pasa como el viento por la frontera. Un ministro menos.
“¿Es cierto que la otan está bombardeando a los leales a Gaddafi al sur de la frontera?”, otra vez esa pregunta. “Nunca me entero de nada, pero de un bombardeo tendrían que avisar, sabes”. Falsa alarma. Nos quedamos en Ras el Jedir escuchando testimonios y tomando el café au lait que ofrece el cantinero, porque sabe que hoy vinimos en vano.
LA CRISIS POR LAMPEDUSA.
El flujo de inmigrantes del norte de África hacia Europa ha desatado una crisis diplomática entre Italia y Francia. Unos 20 mil tunecinos han llegado en los últimos meses, particularmente a la Isla de Lampedusa en el sur de Italia, distante pocos quilómetros de la costa de Túnez. Italia se dirige a la Unión Europea (ue) para solicitar apoyo en la gestión de lo que llama “crisis inmigratoria”. La ue se lava las manos y dice que la cantidad de inmigrantes llegados a Italia es perfectamente gestionable por el gobierno.
Ante esta situación, Italia concedió permisos de residencia temporales a los tunecinos, que les permiten moverse por Europa libremente en virtud del tratado de libre frontera. Rápidamente la mayoría deja el territorio italiano con destino a Francia o Alemania. La crisis estalla cuando Francia cierra por unas horas el paso fronterizo en Venttimiglia, por donde estaban pasando decenas de tunecinos diariamente. El gobierno de Nicolás Sarkozy argumenta que los permisos otorgados no cumplen con los requisitos de la ue, y el gobierno de Silvio Berlusconi responde que el cierre de frontera atenta contra el tratado europeo. Ambos gobiernos se encuentran viviendo duros tiempos electorales, mala época para los argumentos moderados. En la cumbre celebrada este martes 26 en Roma ambos gobernantes han declarado que colaborarán para solucionar la crisis.
“Es difícil entender que en un momento en el que decenas de miles de personas están huyendo del conflicto en Libia, cruzando las fronteras terrestres hacia Túnez y Egipto donde pueden tener seguridad, un techo y asistencia, la protección de quienes huyen de Libia por las fronteras marítimas no parece tener la misma prioridad”, dijo Erika Feller, asistente del Alto Comisionado para temas de protección.
RECURSOS, SE BUSCAN. Hay un costo que no se suma en las cuentas de la guerra: acnur pidió un presupuesto de 68,5 millones de dólares para cubrir los primeros meses de emergencia de refugiados, de los que ha recibido menos de 40. A través de su portavoz, Andrej Mahecic, acnur ha hecho un llamamiento urgente a los países donantes para que cubran el déficit. Según el portavoz, las acciones humanitarias corren el riesgo de tener que ser suspendidas por falta de fondos. El trabajo de acnur, junto a la oim (Organización Internacional para las Migraciones), ya ha evacuado unas 500 mil personas desde territorio libio a sus países de origen, pasando la mayoría por las fronteras de Túnez o Egipto. Este trabajo, sin la cooperación de ambos países, sería mucho más difícil. Patric dice que “nunca antes como en Túnez he visto a un país facilitar tanto las cosas para evacuar a los refugiados. Agilitan el reconocimiento de los documentos, el control del equipaje, han puesto una enorme cantidad de recursos a trabajar en la evacuación”. La primera oleada de refugiados no era de libios, sino de inmigrantes provenientes de Egipto, Níger, Argelia, entre otros países. La mayoría de los inmigrantes han sido enviados a sus lugares de origen. Entre seis y ocho mil personas que no pueden volver a sus países, en su mayoría de Etiopía, Somalia o Eritrea, se encuentran en el campamento de refugiados de Shoucha a la espera de una solución definitiva. Los primeros evacuados han sido trasladados a un centro de tránsito en Rumania, donde pasarán tal vez seis meses, hasta que sean reasentados en forma definitiva en Estados Unidos y Países Bajos.
En las últimas semanas está llegando una nueva oleada de refugiados libios, huyendo de los combates en la zona montañosa del oeste. Están pasando hacia Túnez por el cruce fronterizo de Dehiba, en el sur. acnur ha tenido que establecer un nuevo campo de refugiados en Remada, a unos 50 quilómetros de allí. La primera ayuda que han recibido estos refugiados ha sido de los tunecinos. Familias que los acogen en sus casas, un hotel que da alojamiento gratuito, grupos de personas que se organizan para cocinar y llevar alimento a las primeras carpas que se han instalado en el desierto. Los servicios básicos como baños, carpas y electricidad han sido rápidamente cubiertos por acnur, pero la situación se puede agravar rápidamente si no llegan nuevos fondos.
Los voluntarios. Ayman me acompaña desde Túnez hasta Ras el Jedir. “Mejor que no vayas sola” me dice el primer día, apenas me conoce. Y al día siguiente está conmigo en un ómnibus destartalado que demora toda la noche en llevarnos desde la ciudad de Túnez hasta Ben Gardin. Ayman conoce bien la situación en los campos. La semana pasada organizó un viaje junto a algunos amigos de la universidad. Hicieron una colecta, reclutaron un grupo de compañeros y se fueron como voluntarios a ayudar a limpiar el campamento durante una semana. ¿Por qué lo hicieron? “Porque queríamos ayudar”, es la sencilla respuesta. Durmieron toda la semana en el mismo ómnibus que habían alquilado para trasladarse.
Rim Sridi es socióloga. Trabaja en el Ministerio de la Mujer de Túnez. Dan apoyo psicológico y también práctico a las madres: hay una guardería donde los niños pueden jugar y ser atendidos por un grupo de especialistas. Organizan juegos, pasan películas y los entretienen durante el día, para que las madres puedan descansar.
En un principio el ministerio propuso que los funcionarios fueran a trabajar en el campamento de forma voluntaria, por períodos de dos semanas. La primera rotación funcionó bien, pero luego los voluntarios no quisieron volver: las condiciones de trabajo son demasiado duras. Duermen en una carpa dentro del perímetro marcado para el funcionamiento del ministerio. No tienen baño, ducha ni lugar donde comer. Utilizan los mismos servicios que están disponibles para los refugiados. No reciben ninguna compensación económica por su trabajo. El ministerio les ha pedido por favor que se queden algunas semanas más, hasta que se presenten nuevos voluntarios. Rim suspira resignada. “Me voy a quedar el tiempo que haga falta”. Su familia la apoya en la decisión, aunque tenga que estar lejos por un tiempo.
Telecom Sans Frontières es una organización europea que apoya con un servicio de llamadas telefónicas. Una camioneta con el equipo satelital, dos mesas de plástico y una piola que delimita el espacio son todo el equipamiento. Con los números garabateados en pedazos de papel apretados en las manos los refugiados esperan durante horas, bajo el sol calcinante, para hacer su llamada de tres minutos. Los voluntarios llegan a las nueve de la mañana y se van a las cinco de la tarde. Durante todo el día reciben uno tras otro los papeles con los teléfonos escritos, digitan los números y esperan una respuesta. A veces una característica está mal, otras veces el número suena en el vacío. Cada refugiado tiene derecho a una llamada por día, gratuita, de tres minutos de duración, a cualquier país del mundo. Se realizan unas 600 o 700 llamadas por día.
Islamic Relief, con una camioneta a la salida de la aduana y unas cuantas carretillas distribuye bolsitas con un sándwich, dulces y agua a los recién llegados. Algunos, agotados, toman el agua de un sorbo y casi sin respirar se comen el sándwich. Otros aceptan la bolsita pero sin entender qué es lo que les ofrecen. Llevan demasiadas horas de terror, de controles extenuantes en territorio Libio, y de esperas interminables cargando la vida entera en sus maletas. No les queda aliento más que para sentarse y respirar hondo. El periplo no ha terminado, pero al menos están en territorio amigo.
Hay muchas organizaciones internacionales trabajando en la zona: Acción Contra el Hambre, Caritas Internacional, Médicos sin Fronteras, la Media Luna Tunecina, la Media Luna Iraní, entre otras. Distribuyen comida, ropa, cubren las necesidades básicas de atención médica y sanitaria. Pero es insuficiente. Todos se quejan de que faltan recursos, faltan medicamentos, faltan ambulancias. También falta coordinación, muchas veces, entre los recursos de las organizaciones internacionales y las locales.
Ben Gardin. Es una ciudad polvorienta y olvidada en el sur de Túnez que semanas antes de la guerra vivía del comercio con Libia. Hoy Ben Gardin se ha convertido en el punto de referencia para los periodistas y cooperantes. Está a 30 quilómetros del paso fronterizo de Ras el Jedir y a 20 del campamento de refugiados de Shousha. El Hotel Palace, el único del lugar con página web, es el punto de encuentro. Dice que tiene Internet inalámbrica pero casi nunca funciona. En cambio uno puede sentarse con Mohamed detrás del mostrador de la recepción y conectarse con el cable. Preparan también un exquisito té con menta y se puede fumar shisha (narguile) en el hall. Quienes tienen recursos, los medios de prensa más grandes o las instituciones internacionales, se alojan en la turística y también más segura ciudad de Djerba, a una hora de la frontera. Sin embargo, la mayoría de los cooperantes locales directamente se quedan en los campamentos. “Cuando no hay cámaras ni hay autoridades, aquí sólo quedamos nosotros, los tunecinos”, dice Rim con rabia. Un tunecino medio no puede ni soñar con pagarse un hotel en Djerba.
Inmigrantes y refugiados
Los inmigrantes llegados a Lampedusa (Italia), siendo de origen tunecino, no acceden al estatus de refugiados, pues ahora no escapan de una guerra ni son perseguidos en su país de origen, sino que llegan en busca de un destino mejor. Quienes sí pueden acceder a ese estatus tienen mejores perspectivas. “La protección internacional de los refugiados comienza por garantizar su admisión en un país de asilo seguro, el otorgamiento del asilo y asegurar el respeto de sus derechos humanos fundamentales, incluyendo el derecho a no ser regresado forzosamente a un país donde su seguridad o su supervivencia estén amenazadas (principio de no devolución, o non refoulement). Termina sólo con la obtención de una solución duradera”, se lee en la web de acnur.
El llamamiento de acnur a los estados miembros de la ue para que ofrezcan cuotas de reasentamiento para refugiados en el norte de África no ha tenido todavía una respuesta.
El precio de un hombre
“Gaddafi está cumpliendo su promesa de llenar Europa de negros”, clama desesperado el ministro del Interior de Italia, Mario Maroni. El líder libio lanzó la amenaza en una entrevista de marzo de este año. Mientras Gaddafi “invade” Europa usando barcazas oscilantes, llenas de negros exhaustos, indocumentados y sin más equipaje que lo puesto, Europa hace lo suyo a través de la otan. La amenaza de Gaddafi no es otra que la de dejar de controlar la inmigración ilegal que presiona desde el África subsahariana. El acuerdo de control entre Italia y Libia incluía aceptar la deportación de inmigrantes ilegales independientemente de su nacionalidad y evitar la partida de embarcaciones desde sus costas. A esto que Europa le llama control, se le puede dar muchos otros nombres.
“Me vendieron cinco veces por cinco dinares”, cuenta John ante la cámara de Andrea Segre y Dagmawi Yimer en el documental Come un uomo sulla terra. Lo vendían en la cárcel de Kufrah, al sur de Libia. John llegó a Libia desde Etiopía, escapando de la represión y la guerra. La policía lo detuvo en Trípoli, pero en vez de deportarlo a su país de origen como preveía el acuerdo con Italia, lo llevaron a la cárcel de Kufrah, en medio del desierto. Allí, los propios policías lo vendieron a los traficantes libios, que lo llevaron de vuelta a Trípoli. Cinco veces fue detenido en Trípoli y cinco veces vendido en Kufrah. Los traficantes retienen a los prisioneros en sus casas hasta que estos consiguen pagar la cifra para ser liberados. “¿Cómo pagaban a los traficantes para que los sacaran de la cárcel?” A la mayoría se les quiebra la voz antes de responder.
Los inmigrantes ilegales detenidos en Trípoli eran trasladados en contenedores cerrados, hacinados como animales, la mayoría de las veces sin agua ni comida, haciendo sus necesidades en el mismo container, parados sobre los cuerpos de los muertos. Raramente eran devueltos a sus países de origen, como preveía el acuerdo. Muchos inmigrantes no saben cuánto tiempo han estado presos o escapando de la policía. Simplemente no saben cuánto hace que salieron de sus casas. “Muchos cuentan sus historias en las paredes de Kufrah, y escriben allí los nombres de sus familiares, para no olvidarlos”, se asegura en el documental. Una frase dice: “Si matan a tu padre, no busques venganza, mándalo a Kufrah”.
Las autoridades han desmentido que Kufrah haya sido construida con fondos de la Unión Europea, pero sí ha sido confirmado que pasaron por allí inspecciones internacionales en 2004 y 2007. Aunque encontraron irregularidades, no parecieron tan graves como para suspender el acuerdo.
Las autoridades internacionales no pueden decir que ignoraban lo sucedido en Kufrah, porque estos hechos fueron denunciados repetidas veces por Human Right Watch. La realidad que se vivía fue retratada en toda su crueldad en el documental Come un uomo sulla terra de 2008. El realizador etíope Dagmawi Yimer sufrió en carne propia lo que relata en el documental, y lucha por difundir una realidad que permanece escondida bajo la palabra “acuerdo”.